Si te encuentras enfocado únicamente en arreglar el comportamiento o sólo arreglar el problema revelado por tu aconsejado, te unirías a muchos de nosotros. Al caer en esta trampa con demasiada frecuencia, empecé a buscar la sabiduría de Dios que me permitiera abandonar este tipo de consejo inútil y potencialmente dañino.
Como cirujanos espirituales del corazón entrenados, los consejeros bíblicos saben que la respuesta no está en cambiar el comportamiento únicamente, sino en exponer las convicciones del corazón detrás de ese comportamiento. Podemos pensar en ello como «el por qué detrás del qué». Sin embargo, el conocimiento de estas verdades no siempre es aplicado en la sala de consejería. Con frecuencia yo entraba en el «modo reparación» mientras trataba de resolver los problemas de mi aconsejado.
Sólo Dios conoce el corazón
Para despojarme de esa imagen defectuosa de «arreglador», necesitaba abordar tres elementos clave. En primer lugar, tuve que confesar el pecado de jugar a ser el consejero de la «C» grande en lugar de mi verdadero papel de consejero de la «c» pequeña. En lugar de ser un ayudante del ayudante, usurpé su papel de revelar los pensamientos e intenciones del corazón del aconsejado (Hebreos 4:12). Así como es suyo el convencernos de la conducta pecaminosa, es lógico que también esté equipado de manera única para ayudar al contrito de corazón a cambiar. No podemos mirar el comportamiento de nuestros aconsejados y saber con certeza lo que está motivando un corazón. Ha sido un sentimiento maravillosamente liberador dejar que el Espíritu Santo haga lo que mejor sabe hacer.
Sufrimiento diseñado para el crecimiento
El segundo error, de gran impacto, fue no ver los beneficios que el sufrimiento tiene en la vida de mis aconsejados. Descubrí que cuando un aconsejado que sufría venía a verme, una reacción natural era intentar librar su vida de ese sufrimiento. Es vital ayudar a nuestros aconsejados a ver lo que Dios está haciendo cuando el sufrimiento llama a su puerta.
La soberanía de Dios se entiende fácilmente cuando los tiempos son buenos, pero debo ayudarles a ver que Dios es siempre soberano, incluso cuando las cosas parecen estar fuera de control. Vivo con esta imagen en mi cabeza (y la comparto con cada consejero): nuestra santificación progresiva es una flecha ascendente cuyo objetivo final es parecerse a Cristo (Filipenses 2:2-8). Esa meta se realiza mediante el calor y las dificultades constantes de la vida, a medida que Dios nos refina quitando la escoria de nosotros. A medida que buscamos agradar a Dios en nuestras respuestas a las situaciones negativas, nos parecemos más a Él y menos a nosotros. Si bien esto es esencialmente Doctrina Cristiana 101 para la mayoría, fue demoledor para mí cuando me di cuenta de que quitar el sufrimiento de la vida de alguien equivale a atajar el proceso de santificación. Me di cuenta de que estaba operando con un objetivo equivocado: hacer sus vidas más felices, en lugar de hacerlas más santas.
La bondadosa disciplina del Señor
Al igual que no veo los beneficios del sufrimiento, también me abalancé para salvar el día de mis aconsejados que experimentan la disciplina del Señor. A menudo ocurre que los aconsejados sufren los efectos de una mala toma de decisiones. Tal vez están atrapados en el pecado de la pereza en el trabajo, lo que llevó a una pérdida de empleo. Esta consecuencia natural del pecado es un buen regalo de disciplina del Señor.
Nos contentamos con enfocarnos en la misericordia y la gracia de Dios, pero evitamos su disciplina como la peste. Al igual que un padre helicóptero que revolotea sobre un niño, asegurándose de que ningún dolor penetre en su burbuja protectora, yo he hecho esto inadvertidamente con los aconsejados. La disciplina del Señor muestra su amor por nosotros: «porque a los que el Señor ama, los disciplina» (Hebreos 12:6). No debemos considerarla a la ligera, ni desfallecer ante su reprensión.
Estos tres errores no eran manifiestos. No los habrías notado en mí. No fue hasta que el Señor me puso cara a cara con la forma en que estaba lidiando con las dificultades en mi propia vida, que comencé a analizar lo que podría haber estado trayendo a la sala de consejería.
Confío en que las lecciones que he aprendido sean útiles para mis compañeros «arregladores» y les ayuden a evitar las mismas trampas.