¿Tienes remordimientos del pasado, algo que dijiste o hiciste y que desearías poder cambiar?
¿Un fracaso o pecado que quisieras borrar de tu memoria? ¿Una situación en la que causaste daño o dolor a otros? Aunque el pasado no se puede cambiar, tu esperanza está en un Dios que entregó a Su único Hijo, Jesucristo, para quitar tu pecado para siempre. Él murió en la cruz para limpiar tu historial y hacerte justo (2 Corintios 5:21).
Muchos aconsejados creen que Dios ha perdonado sus transgresiones pasadas, pero ellos no se han perdonado (o «no pueden perdonarse») a sí mismos. Como consejeros, debemos confrontar este pensamiento erróneo de que deben perdonarse a sí mismos, ya que impide que los aconsejados experimenten el perdón y la limpieza que Dios ha prometido.
A continuación, algunas manifestaciones de una teología falsa respecto al perdón:
1. Culpa y vergüenza: La culpa es el resultado de no ceder a la convicción del Espíritu Santo sobre el pecado. La culpa puede volverse tan intensa, incluso para los creyentes, que los aconsejados que la experimentan no creen que simplemente hayan hecho algo malo, sino que creen que han puesto en peligro su posición delante de Dios. El diablo quiere traer vergüenza a las personas; por eso, grita mentiras a sus mentes—que son perdedores, fracasados y decepciones—para desviarlos de enfocarse en la verdad de Dios: que son escogidos, redimidos, perdonados y amados (Efesios 1:4-6).
2. Duda: Incluso después de confesar sus pecados, los aconsejados pueden sentir que la carga de la culpa no se va, ocasionando que piensen erróneamente que no han sido completamente perdonado por Dios. Las dudas surgen cuando los sentimientos no coinciden con la Verdad. La Biblia, nuestra fuente de Verdad absoluta, nos dice que confiemos en el Señor, no en nuestros sentimientos (Jeremías 17:9-10).
3. Orgullo: Creer en la sinceridad del perdón de Dios puede ser difícil, a pesar de haber confesado los pecados. Algunos no aceptan la simplicidad de confiar en Dios para ser salvos. Adoptan un sistema no bíblico basado en obras, tratando de ser «buenos» para recibir el favor de Dios, u ofrecen una penitencia de autoexpiación a cambio de un perdón completo. Debemos tener mucho cuidado de no exaltar nuestro propio conocimiento y juicio por encima de la sabiduría y el gobierno soberano de Dios (2 Corintios 10:5).
4. Salvación obstaculizada: Si los aconsejados no se perdonan a sí mismos debido a la culpa y la vergüenza, entonces pueden pensar que Dios tampoco puede perdonarlos. Esto hace que la salvación parezca imposible. Las emociones insistirán en que los aconsejados no son dignos de amor, y la duda los hará sentirse inservibles. Todos estos elementos pueden hacer que se pregunten si han perdido su salvación o si alguna vez fueron salvos en realidad. Pero la Biblia enseña que el pecado de un creyente nacido de nuevo es perdonado y no se le tomará en cuenta (Salmo 103:1-2, 8-11). Además, las Escrituras confirman que nada puede separarlos de su Padre celestial (Juan 10:28).
Algunos conceptos bíblicos sobre el perdón nos ayudan a disipar la mentira de que necesitamos perdonarnos a nosotros mismos:
1. Todo pecado es contra Dios: Toda transgresión se comete contra un Dios santo (Romanos 3:23; Salmo 51:4). El pecado hiere a otros y nos causa dolor y sufrimiento a nosotros mismos. Pero toda iniquidad es una violación de la ley de Dios. El pecado rompe la comunión con Dios, y esa relación primaria necesita ser restaurada antes de que cualquier otra relación pueda reconciliarse (Isaías 59:1-2; Salmo 32:1-5). Después de eso, los aconsejados pueden buscar el perdón de aquellos a quienes han ofendido y herido con su pecado.
2. La gracia de Dios no es solo para la salvación: La salvación es por la gracia de Dios (Efesios 2:8), y también lo es caminar por fe y vivir una vida de obediencia al Salvador (Salmo 84:11). La gracia que Dios extiende a través del perdón es la misma gracia necesaria para perdonar a otros. Uno debe primero ser receptor del perdón de Dios para poder otorgar perdón.
3. El perdón de Dios es relacional: Dios nos amó primero, y por eso envió a Su Hijo, Jesucristo, para morir por los pecados del mundo (Juan 3:16). El amor de Dios es eterno, y nada puede separar a los creyentes de Su amor (Romanos 8:35-39). Pedir perdón por los pecados no es una transacción comercial impersonal, sino un acto íntimo de amor, misericordia y gracia que Dios extiende a los suyos. Insistir en “perdonarse a sí mismo” por el pecado empaña la naturaleza personal de la relación de cada persona con el Señor.
Cuando un aconsejado intenta desesperadamente perdonarse a sí mismo, a veces es porque desea eliminar esos fuertes e incómodos sentimientos de remordimiento y pesar. Sus pecados lastiman a quienes lo rodean, y las consecuencias pueden ser desagradables y difíciles de manejar. Pero la respuesta no se encuentra en un deseo orgulloso de eliminar los sentimientos y las consecuencias aprendiendo a perdonarse a sí mismo; se encuentra en seguir los principios que Dios ha comunicado claramente en Su Palabra.
1. Humíllate. – Con humildad, recibe la gracia de Dios (Santiago 4:6).
2. Confiesa tu pecado a Dios y arrepiéntete. Confesar significa estar de acuerdo con los cargos presentados en tu contra. Arrepentirse es apartarse del pecado y volverse a Dios. Pídele a Dios que te revele tu pecado, presente y pasado, y luego reconócelo y sé específico (Salmo 51:3).
3. Pide perdón a otros – La culpa persistente después de confesar el pecado a Dios podría indicar la necesidad de buscar el perdón de las personas a quienes se ha ofendido o herido. (Mateo 5:23-24).
4. Confía en la Palabra de Dios. – Ser perdonado no es un sentimiento; es una decisión de creer que la Palabra inerrante de Dios es verdadera y confiable. Si Él dice que estás perdonado, entonces estás perdonado (1 Juan 1:9).
5. Haz cambios y sigue adelante. La culpa persistirá si no hay fruto de arrepentimiento del pecado. La Palabra de Dios nos instruye sobre cómo lograr estos cambios: confesar y abandonar las viejas costumbres, cambiar nuestra perspectiva para conformarnos a los caminos de Dios y luego desarrollar nuevos hábitos y conductas piadosas (Romanos 12:5; Efesios 4:22-24).
6. Guarda tu corazón. – Mantente alerta ante los ataques del enemigo. Las artimañas de Satanás distraen y desvían a los cristianos de servir al Señor. Jesús advirtió a sus discípulos que velaran y oraran (Marcos 26:41). Satanás es un engañador implacable, tentador y acusador (1 Pedro 5:8).
7. Disciplina tus pensamientos. – No te quedes estancado en pecados pasados. La vergüenza y el remordimiento tienen su raíz en el pensamiento del «si tan solo…». Reorienta tu mente hacia la verdad de Dios revelada en las Escrituras. Pablo exhorta a los santos a no mirar atrás, sino a avanzar en su crecimiento espiritual (Filipenses 3:13-14), y luego a mantener la paz que Dios da libremente al dejar las cargas en oración y al disciplinar los pensamientos (Filipenses 4:6-8).
8. Camina en la gracia de Dios. Vive conforme a la abundante gracia que Dios te ha dado. Su gracia es lo que te permite confiar y obedecer Su Palabra. Él te ha dado todo lo que necesitas (2 Corintios 9:8; 2 Pedro 1:3).
Un modelo secular de consejería apoyará y promoverá el concepto de «perdonarse a uno mismo», pero la Palabra de Dios no lo hace. Esta forma dañina de pensar desplaza a Dios como Juez y, en última instancia, niega el propósito de la cruz. No es por las obras del creyente que sus pecados son perdonados, sino por la sangre de Cristo. En quien tenemos redención por Su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de Su gracia (Efesios 1:7).